Por Julieta Cruz López

No recuerdo con exactitud las palabras. Tan sólo me quedan los recuerdos de los sonidos inefables, los sabores, los aromas. Ese lugar me conquistó por el estómago al compartirnos la experiencia de la barbacoa de hoyo a cargo de Don Candi y Don Emiliano.
Aunque no era Jerusalén para acceder al inframundo de manera más directa, de un agujero se comenzaron a remover piedras al rojo vivo, quienes parecían haber abandonado sus sepulcros de fuego del sexto círculo dantesco; aún no imagino el hiriente calor que esas rocas puedan transmitir. De las piedras se desprendían chispas incandescentes en señal de la celebración por el festín, levantándose y danzando hasta lograr un efecto de fascinación en varios de los presentes, pues hacían remembrar alguna escena de ciencia ficción.
Las rocas fueron acomodadas al interior de la circunferencia del hoyo, unas encima de otras —como si fueran limones en el mercado— y cubiertas por pencas de maguey rebanadas.
A mí alrededor se disponían una olla y recipientes portando al borrego en cuestión, pollos adobados y una mezcla semejante a una piscina de rebanadas de cebolla, más tarde me enteré de la importancia de dicha olla para recoger el consomé. Así ésta se colocó en el hoyo, y a manera de puente, se le colocaron ramas de mezquite, responsables de detener los cadáveres de los animales, sazonados con una brisa recia de sal. Al final se cubrió por dos lienzos de rafia de costal, tierra y como detalle extra una cruz marcada en el montículo “para evitar que se acerque el diablo”, afirma uno de los dos barbacoyeros.
Mientras esto trascurría, en el ambiente se percibía un toque ahumado, el calor comenzaba a descender conforme se acercaba la puesta de sol y las lámparas de mano eran encendidas para alumbrar el hoyo.
Si bien es difícil recordar las palabras, hay una imagen muy peculiar, imposible de borrar de mi mente: una rata rozándome los pies. Mi primera reacción fue un pequeño grito casi silenciado de inmediato por la pena, aunado a una mirada desesperada en búsqueda de otra, capaz de calmar mi incredulidad al haber visto al desagradable roedor —casi del tamaño de un conejo—, trepar entre escombros en el terreno donde nos hallábamos.
A pesar de mi experiencia con la rata, permanecía mi ansiedad casi intacta por probar la barbacoa. Así al día siguiente, dos amigos y yo asistimos al destape.
Ahora los olores de la barbacoa eran evidentes, el vapor jugueteaba en mi nariz, el frío se me había olvidado. Cuando Don Emiliano comenzó a acomodar las pencas de maguey cocidas y la carne en un cajón plástico, me percate de cómo ésta se deshacía entre sus dedos. En ese momento mi instinto barbacoyero surgió mientras salivaba y mis ojos brillaban cuando veían la carne. No sé si fui tan obvia, pues de pronto Don Emiliano extendió su mano con unos cuantos trozos de barbacoa y pollo. Ni yo ni mis acompañantes pudimos resistirnos al deleite ofrecido por el manjar hidalguense. Mientras estábamos engullendo la barbacoa y chupándonos los dedos, llegó Don Candi y nos preguntó si queríamos probar el consomé ahí o nos esperábamos hasta el tianguis. Evidente fue nuestra respuesta; optamos por la primera opción y aunque mi lengua sufrió las consecuencias del ardiente caldo, el sabor único, no se me olvidará jamás.
El mayor disfrute de esta experiencia no fueron los sabores, la vista o el deleite, sino la sinceridad, humildad y calidez de la gente de Santiago de Anaya para recibir a visitantes, investigadores y curiosos, permitiendo conocer más de su vida cotidiana, costumbres y hábitos.



Por Rosa Leyva Uribe

Ataviada en un vestido bordado a mano para cumplir uno de los requisitos para ser jurado salí de la casa donde nos hospedamos, inmediatamente observé a las participantes llegar con sus cazuelas y canastas, la multitud se hizo presente y fue necesario atravesarla para poder entrar al área del concurso, justo en medio de la plaza principal, cercada en malla ciclónica.
Un poco agobiada por el calor que empezaba a sentirse, me senté en las sillas destinadas al jurado, me dispuse a esperar mi turno para inscribirme y tomar las indicaciones necesarias para calificar a los 20 platillos que se me asignarían. Estresada por la muchedumbre, el escándalo de los anuncios por el micrófono requiriendo a los jurados, la música de los puestos de comida y el grupo musical otomí que se encontraba del otro lado del escenario principal, sólo podía imaginar lo que estaba por esperarme.
Me inscribí y conocí al equipo con el que calificaría. -¡Vamos!-, me dijo aquel señor que sin conocerme me jaló del brazo para guiarme a la zona en la cual calificaríamos. Realmente había tanta gente que por un momento me desubiqué y no era para menos, el paisaje daba a notar filas y filas de mesas con algunas señoras enfundadas en trajes típicos con su cazuela y platillos montados sobre un mantel blanco, dispuestas a ganar. Después del jaloneo de tan desagradable hombre noté en el folder que me dieron los cuatro aspectos a calificar, en la parte superior escribiría mi nombre y firma. “¡Wow! que importante me siento”, pensé y convencida en momentos de mi ventaja ante otros asistentes caminé tratando de suprimir el incidente antes ocurrido y mal mirando a aquel tipo que ostentaba superioridad y soberbia.
Me separé del grupo para comenzar con mis actividades, aunque sinceramente no tenía la más remota idea de qué hacer o decir. Nerviosa y acalorada, comencé con la participante número 41; en mis manos llevaba una botella de agua, un folder, un lápiz, un plato de unicel, un tenedor de plástico y una servilleta (material proporcionado a todos los jueces) además de mi cámara fotográfica para documentar el acontecimiento. Coloqué las cosas en la mesa, respiré profundo y con las manos temblorosas me presenté con la señora dándole los buenos días, preguntándole su nombre y los datos requeridos para anotarlos en la tabla e iniciar a calificar con la obligada pregunta: “¿Qué platillo preparó?”. Con una sonrisa en la boca esperé la tan ansiada respuesta y continué con un impaciente “¿me regala una probadita?”, horrible fue descubrir que el platillo estaba súper frío, algo lógico después de horas de espera de las concursantes. Estúpido fue pensar que algo estaría medianamente caliente o ya de menos tibio, disimular fue lo único que me quedó. El platillo no era malo, me mentalicé respecto al hecho para asimilarlo y seguir comiendo de aquel guisado de orejones de calabaza al pipián, “¡odio las calabazas!” dije para mis adentros; sin embargo en todo momento evité los gestos, algo realmente complicado de hacer. No tenía nada en contra de aquella preparación, por lo que traté de ser lo más objetiva para calificar la presentación, higiene, sazón y originalidad.
Terminada la primera calificación comprendí mi labor, tomé de la mesa lo que llevaba conmigo y pensé “¡carajo, así serán los próximos 19!”. Me causó muchos problemas llevar tantas cosas, porque tenía que hacer todo de pie, así que de nueva cuenta traté de acomodarme y dejar de pensar en eso, no era para tanto, “son sólo unas cuantas cositas”. Probé hasta el platillo número 60 deleitándome con cada uno de ellos, todo nuevo para mi: golumbos, flor de garambullo, sábila y palma, todas en tortitas y con diferentes salsas: verde, roja, mole, pipián, un toque de amor y el secreto que nunca falta en los concursos.
Después, ensalada de nopales y en cuanto a quelites puedo jurar que ahí probé los más deliciosos de mi vida: verdes, acompañados con cebolla y sal, “lavados y cocidos, exprimidos tres veces hasta dejarlos sin jugo” como me dijo aquella señora de 98 años mientras los probaba e inclinaba mi cabeza para escucharla. Además probé una sopa de fríjol quebrado con trigo, así como otra con nopales y cilantro.
Uno a uno los platillos me iban conquistando hasta que probé nopales rellenos de flor de garambullo, capeados y bañados en salsa verde, ¡asombrosos! Luego apareció lo mejor: las chicharras que tanto quería probar, hicieron acto de presencia en un platillo llamado “Corona de escamoles” escoltada por una salsa de nuez cimarrona. Me cautivó desde que noté su presencia, contaba los pasos entre la gente para descubrir ese montaje tan especial y elaborado, adornado con unas flores similares a las orquídeas; he de confesar que pedí más, nunca las había comido y era mi oportunidad de deleitarme con tan suculenta preparación.
Disfruté los nuevos sabores de cada guiso en mi boca, aunque seguía con la idea de que los quería “calientitos”; de pronto, sentí que ya no podía mas, la gente no dejaba de moverse de un lado a otro del pasillo como desesperados, algunos queriendo ayudar, tomar fotos o calificar, parecía que estábamos en los “carritos chocones” o que éramos invisibles. Era insoportable esa situación, todos pasaban sin precaución mientras yo me mentalizaba respirando profundo: “sólo faltan cinco participantes Rosa tranquila”. Cuando de repente escuché esa voz desagradable:
- ¿Ya terminaron?- preguntó “Don agresividades”
- No, necesito hacer las sumas finales- comenté un poco molesta
- Ven yo te ayudo-
-Olvídalo, yo puedo sola, gracias-
¡Como lo odie! Era un tipo con actitudes bastante desagradables, se la pasaba hostigando a las concursantes para que se pusieran de pie, criticando su atuendo, verificando si traían huaraches o si se peinaron de trenzas, ¡Qué horror!, me negaba a dirigirle la palabra, estaba tan molesta que no supe como actuar. Entonces, me dediqué a realizar la sumatoria correspondiente siendo interrumpida nuevamente por el fastidioso señor:
- ¿Te ayudo para que sea más rápido?- preguntando con un aire pedante
- No, gracias- contesté ahora más molesta
Se retiró haciendo señas de que ahí me esperaba, creí que me iba a desmayar del coraje pero respiré profundo – de nueva cuenta – para terminar con mis actividades. Caminé hacia la mesa donde me aguardaba “Don agresividades” y el otro señor al cual no le presté la más mínima atención y viceversa, comparamos calificaciones y empezó “lo mero bueno”: media hora de discusión, cada quien con diferente resultado, ¡Ay no!, ¿Por qué a mí?
Empecinado con que su elección era la mejor, no me dejaba hablar e intentaba disuadir al otro juez de que su resultado era el indicado y ese debería ser el nominado. La discusión empezó a subir de tono hasta llegar a levantarnos la voz, irritados y desesperados acordamos que el platillo ganador sería la Corona de Escamoles, coincidiendo en los puntajes de sabor y presentación. Nos dirigimos hacia la mesa en donde se encontraba colocada la señora con su platillo y lo retiré para ponerlo al lado de los demás finalistas y así huir de aquel par y desaparecerme entre la multitud deseando jamás verlos.
Calificar no me resultó desagradable, pero el ambiente no me pareció el apropiado, se necesita de más tiempo, paciencia y relajación para hacerlo correctamente.

Perdidos y curados



Por Alejandro Ramírez Pérez

El siguiente escrito es una crónica a manera de diálogo donde se relata el trayecto hacia el hogar de un productor de pulque y ganador por dos ocasiones en la categoría de curados de la Feria Gastronómica de Santiago de Anaya. Se habla de un traslado a través de una carretera federal en el estado de Hidalgo ya entrada la noche y con la incertidumbre absoluta acerca de lo que pasaría en el transcurso. Para muchos no es agradable estar a oscuras, encontrarse a varias decenas de kilómetros de una ciudad, sin más luz que aquella emanada por la incandescencia de la luna y los faros de la “pick up” en la que íbamos a bordo. Nos es grato presentarles este conjunto de emociones, fantasías y rarezas, por las que pasamos durante unos cuantos breves y a la vez, interminables momentos.
Se debe escribir como se ríe, no como se habla.
Marco Aurelio Carballo


- ¡No mames, dile que se espere!
- ¡Julieta córrele que ya nos vamos!
- ¡No! ¡espérese por favor! ¡Ahí viene!

- ¡Julietaaa…!


- No inventes, neta pensé que este cabrón la iba a dejar…
- Dejó a Kamila ¿no?
- De cualquier manera, se supone que sólo cabíamos siete y vamos; tres adelante y aquí atrás nosotros somos…
- ¡Sí pero tú cállate!

- ¡Jaaa!… si esta madre se detiene a la mitad del cerro; ¡te bajas a empujar!
- ¡No! ¡No mames estás pendeja si crees que me bajo!
- ¡Uhhh!

- Jaja ¿Qué no tienes frío?
- ¡Sí! no inventes mejor me tapo…
- ¿Qué no trajiste chamarra?
- Eh mmm… nop sólo traje esta sudadera…
- ¡Ay! De veras contigo.
- ¿Pero querían ver cómo hacen los curados, no?

- ¿Ya vieron el cielo?
- aha…
- Mmm… ¡pues el lugarcito ni está tan lejos, eh!

- Ay sí pero… ¡Imagínate!
- Venirte caminando…
- ¡Y más a esta hora que no se ve nada!
- ¡Equis! ¡Al fin que traigo mi lámpara de topo!
- ¡No! No mames alumbra a otro lado. ¡Por eso me cagan esas lámparas!
- ¡Sí, exacto! No puedes alumbrar sin deslumbrarle los ojos a alguien…
- ¡Ah! Miren, una estrella fugaz…
- ¡Ay! ¡Idiota eso es un avión!
- Jajaja…

- ¿Alguien sabe en dónde estamos?
- No sé, pero esto de venir aquí atrás como vacas no es la opción.

- Jaja tú cada vez te haces más chiquito.
- Sí, este frío está cabrón, debí haber traído una chamarra…
- ¿Alguien sabe la hora?
- Son como siete y media

- Oigan, ¿vieron eso?
- Jaja… ¡son murciélagos!
- ¡Noo que miedo!
- Sí Gerardo ¡cállate!
- ¿Ya vieron las estrellas?

- Es la primera vez que entiendo por qué le llaman la bóveda celeste.

- Como cuánto haremos de camino…
- Mmm… pues igual y una media hora
- Pero ya llevamos un buen rato ¿no?
- ¡Ah! mira, ¡esa lámpara alumbra de huevos!
- ¿Esos son los quiotes no?
- ¿Cuáles?
- ¡Esa madre que sale justo a la mitad de los magueyes!
- Ese es el ¡Gorumbo! ¡Golumbo! ¡Go-mbo! Algo así ¿no? Jaja…
- Ah qué tal con las nopaleras…

- ¡Ya dejen de tararear eso!
- Jaja… ¡Es de los “Expedientes Secretos X”!
- ¿A poco no va muy “adoc” al momento?
- Dicen que por estos lugares hay brujas ¿no?
- ¡Sí, así entre los cerros y así! Que salen en las noches y se ven como bolas de fuego…

- ¡Ah por fin! ¿Aquí será?

- ¡Oigan! ¡Bájense o se quedan!
- ¿Para dónde será?
- Toño ¿para dónde?
- Mmm… pues según recuerdo era por uno de estos caminos.
- Hay que subir, es por allá donde se ve aquella luz.
- No manches ¿cómo te ubicas por aquí? Estamos en pleno cerro ¡no se ve ni madres!

- ¿Por aquí hay víboras?
- Y esos garrafones, ¿quién los trajo?
- Se los voy a dejar a mi compadre para que me prepare unos curados.

- ¡Wey! ¿Qué fue eso que se escuchó?
- No sé, ¡tú camina!

- ¿Alex qué haces si te sale una araña?
- Ay pues obvio ¡Grito como niña!
- ¿En serio te dan tanto miedo?

- ¡Buenas noches!
- ¿A quién busca?
- Estoy buscando a Don Toño para que me prepare unos curados.
- No aquí no vive.
- ¿En dónde lo puedo encontrar?

- Háganse para acá no se acerquen a los perros.
- Qué pasó, ¿a dónde es?
- No mames está del otro lado del cerro.
- ¡No! ¿En serio?
- ¿Y ahora?
- Súbanse otra vez a la camioneta…
- Oye, ¿y si nos perdemos?
- No cállate, como en la película esa de Gael García ¿no?
- ¿Cuál?
- Esa donde según trabaja con Brad Pitt pero que no salen juntos en ninguna escena…

- Oigan; ¿No se les hace así como que ya pasamos por aquí?
- Jaja Sí ya dimos como tres vueltas
- Pero estamos yendo para el otro lado, el señor de la casa dijo que era en donde se veía la luz aquella…
- No, ¿estás seguro?
- Sí a huevo, ¡es para el otro lado!

- ¿Oigan no vieron el guajolote que estaba arriba del árbol?
- ¿Se fijaron que no tenía luz esa casa?
- ¡Pues está a la mitad del cerro!
- ¿Con qué alumbraban?
- Eran velas ¿no?
- No, ¡creo que sí era un foco!
- Pero no hay cables…
- ¡Babel! la película se llama Babel, la escena esa donde abandonan a la tía y a los dos niños a la mitad del desierto…

- Oigan ya volvimos a pasar por aquí.
- Sí, pero ahora nos metimos por el otro camino
- Ay wey ¿ya vieron esos perros?
- ¡Aguas! no se vayan a bajar todavía…

- Buenas noches; ¿aquí vive Don Toño?
- ¿Para qué lo busca?
- Vengo a encargarle unos curados.
- A ver péreme, horita l’hablo…(sic)
- Parece que ahí viene…
- ¿Será?

¡Échenme flores!



Por Suyin Ramgar Torres

De garambullo, de palma, de sábila y golumbos. En tortas, a la mexicana o sólo con cebollita.
Las flores forman parte de la dieta de la mayoría de los habitantes de Santiago de Anaya y del Valle del Mezquital. Las preparaciones varían en el gusto y disponibilidad de los demás ingredientes.
Las de garambullo se desprenden de la cactácea del mismo nombre y estas se tienen que recoger a más tardar a las 8 am porque si no, se cierran y ya no sirven para las preparaciones, entonces habría que esperar hasta el siguiente día.
Las de sábila y palma no tiene hora de recolección, pero por lo general también son temprano, las consumen en el desayuno o en la comida. Los golumbos son los únicos que como limpieza especial se les debe quitar el corazón, de lo contrario amargan los platillos.
Son de las comidas básicas y económicas. Se pueden hacer tan caras y complicadas como se desee; a las tortitas se les puede agregar atún, escamoles, xa’ues (insectos y plaga del mezquite), se pueden usar como relleno para chiles, y claro, en combinación con las carnes exóticas que, si tuvo suerte el señor de la casa en encontrar alguna, le harán compañía.



Por Alejandra Reynoso Garzón

La comida corrida lleva ese nombre en honor a la fiesta taurina, por ese motivo consta de tres tiempos haciendo similitud a los tres tercios de la corrida de toros, el primero ofrece una sopa de pasta o arroz, el segundo una ensalada y el tercero es el plato fuerte (generalmente cambia cada día), el postre ya no es incluido pero en algunos lugares lo regalan.
En Santiago de Anaya las cocinas económicas no son muy proliferantes, sólo cuentan con cuatro, una de ellas es la de Doña Jose.
Con más de 30 años en el lugar, Doña Jose oriunda de ahí, decidió poner un negocio junto con su marido que por cierto es cazador. Sus guisados son los típicos de la zona, tortitas de flor de garambullo en chile guajillo rociadas de escamoles, chiles rellenos de queso y capeados, tortitas de camarón en mole, carne de res en salsa verde, sus tradicionales fríjoles y su sopita aguada o su arroz rojo.
Doña Jose es otomí y es todavía hablante del hñähñú, cuando entras a su local se puede observar al fondo la cocina y unos refrigeradores que conservan cervezas y refrescos. El lugar tiene mesas y sillas de plástico y las paredes están revestidas de productos dibujados en palma y su nombre correspondiente en hñähñú, además de un lavabo donde tiene las instrucciones de cómo lavarse las manos.
Su cocina es cálida, en la mitad se halla una mesa donde se ve la pila de platos amontonados para servir esa maravillosa comida. Por la cocina se observa un patio enorme, ahí mismo un petate de ixtle que en hñähñú dicta la leyenda “Bienvenidos a la cocina económica de Doña Jose”. A su lado se pueden observar las pieles de un tlacuache, ardilla, zorrillo y el caparazón de un armadillo. Me contaba que ese patio se llena en fiestas y en la Feria Gastronómica.
Doña Jose tiene 4 hijos que son profesionistas, ella se siente orgullosa de pertenecer a Santiago de Anaya, pero sobre todo, de ser otomí.


“Pues sí, estudiamos Gastronomía y el probar de todo es una de nuestras actividades favoritas”




Por Clara Hernández Hernández

Desayunar, caminar, botanear, entrevistar, volver a caminar, tomar un tentempié y cenar, fueron las actividades que caracterizaron la visita a Santiago de Anaya por los alumnos de octavo jota. Tal pareciera que Marco Ferreri estuviera dirigiendo algo así como “La gran comilona, segunda parte” o “La gran comilona, la leyenda continúa”, pero en versión Santiago de Anaya.
La verdad es que sí, comimos tanto que parecíamos volcanes a punto de estallar y dejar por todas partes la tragedia de lo que fue un gran banquete. Todos probamos de todo, íbamos husmeando hasta el más pequeño rincón en busca de comida, pero no cualquier comida, sino más bien un alimento que sólo en provincia se pudiera disfrutar. Con la espera de encontrar los olores que caracterizan el lugar, su ambiente y en especial, a la gente.
Comenzamos comiendo en el mercado de Ixmiquilpan. Algunos probaron chiles rellenos, otros tantos preferimos huauzontle capeado relleno de queso y algunos otros se decidieron por las tradicionales tortas de flor de garambullo que caracterizan a la zona. Comimos hasta saciarnos, ¿Y cómo no íbamos a hacerlo si el menú incluye sopa, arroz, guisado y refresco o cerveza, por tan sólo 25 pesos? ¿Es una ganga, no? Además nótese que pueden dar cerveza en lugar de refresco, ¡qué tal eh! No en cualquier lado.
En fin, dando continuidad a nuestro apetito feroz y nuestras ganas incontenibles de probar todo lo que estuviera a nuestro paso, salimos en búsqueda de más curiosidades gastronómicas. Probamos requesón, queso, tlacoyos de fríjol con chile guajillo y paletas de biznaga. Tomamos nuestras pertenencias y salimos hacia nuestro destino.
Ya por la tarde y un poco agotados por la caminata dejamos escapar nuevamente nuestro pequeño monstruo interior que gritaba “¡Comida, comida!”. Los compañeros se quedaron a probar tacos sudados y de pastor, mientras Gerardo y yo consumimos unas baratísimas chalupas de pollo con papa.
Al día siguiente y muy temprano por cierto, comimos pan “pirata” porque la vendedora presumió orgullosamente que se trataba de pan hecho 100% en el pueblo, pero no dijo qué pueblo ¿verdad? De eso nos dimos cuenta en el transcurso de la investigación debido a las encuestas realizadas: en Santiago de Anaya no hay producción de pan.
Enseguida, fuimos a conocer cómo se lleva a cabo “la raspa” y aprovechando que el aguamiel estaba tan fresco le dimos unos tragos. Después de esto, asistimos al desfile para dar la bienvenida a la primavera y probamos de todo: agua y salsa de xoconostle, atole de chocolate, sopecitos, gorditas, quesadillas y tostadas. Al atardecer, fuimos a casa de uno de los informantes donde se nos ofreció muy amablemente pollo en adobo, tortas de garambullo en salsa verde, sopa de haba, sopa de alberjones y aguas de guayaba y xoconostle.
No conformes con lo anterior algunos seguíamos pellizcando algunos mangos y picoteando de un delicioso requesón a la mexicana con totopos y salsa de xoconostle. Después de un pequeño descanso la señora de la casa nos dio un breve taller de escamoles, donde los pudimos probar en caldo y a la mexicana. Por la noche comimos pay de xoconostle que compramos con la misma señora.
Al día siguiente, fuimos al recalentado a desayunar un poco de lo que nuestro ansioso apetito había dejado el día anterior y cuando una compañera comentó que habría barbacoa en el tianguis todos juramos que estábamos completamente satisfechos. Sin embargo, fue una gran mentira para ocultar nuevamente al pequeño monstruo hambriento, porque ¿qué creen? A la media hora y casi por grupos de cuatro caímos en el suculento aroma que emanaba el consomé bien caliente y la barbacoa casi recién sacada del horno. ¿No que no? Pues sí, estudiamos Gastronomía y el probar de todo es una de nuestras actividades favoritas.
En fin, no conformes con esto le dimos fuerte al pulque y a los tacos de pollo. Por la tarde tuvimos que partir tristemente de regreso al DF y las profesoras aseveraron que nadie comería nada hasta que llegara a su destino ¡Ajá! ¡Sí cómo no! Pues aún en el camión atacamos brutalmente a un señor que vendía pastes terminando casi por completo con toda su producción. Al llegar a la ciudad todavía se escucharon algunos comentarios: “como que ya hace hambre, ¿no?” Por lo que sólo me resta decir: ¿A poco no le aprendimos algo a “la gran comilona”?


Tendencias santhe



Por Gerardo Ahorta

Santhe nombre en hnähñú de la fibra proveniente del maguey: el ixtle, atacado y desplazado por el algodón además de otras fibras naturales predilectas por su suavidad y novedad desde la época colonial; recupera hoy su lugar por tratarse de un material sustentable.

Nacido de las pencas del maguey, el ixtle es un material textil que amplía los productos derivados de éste, con un largo proceso de fabricación donde intervienen señoras asociadas en cooperativas que surgen como necesidad de supervivencia y desarrollo de mujeres otomíes del valle del mezquital.

Solas por la migración de sus maridos y con una familia que alimentar, las mujeres otomíes se han convertido en cabezas de familia por lo que los tejidos de ixtle son una forma de obtener ingresos para muchas de ellas, dado que se paga por pieza entregada, a la mayoría de estas mujeres en cualquier momento se les puede encontrar tejiendo mientras se dedican a otras actividades más cotidianas como comprar los ingredientes para las exquisiteces locales.

Los productos más comunes son para el cuidado del cuerpo tales como estropajos faciales y corporales aunque también cuentan con manteles, ayates y en los terrenos del fashion productos como bolsas, collares, pulseras y prendas que alcanzan los 1500 pesos, un pago justo por un trabajo de tres meses y con firma de diseñador.

La sustentabilidad radica en que sólo se acepta el ixtle obtenido de las pencas cercanas al corazón del maguey sin que éste sea afectado para su regeneración. En dos meses se puede volver a obtener fibra de este mismo lugar y no hay motivo para cortar el maguey de la raíz y favorecer la extinción.

Una fibra 100 por ciento natural, nativa de México, con una historia que recuperar, una causa social y con un diseño pro ambiental, es la opción para conocer materiales de nueva inspiración.


Por Elizabeth Vázquez Tapia

Puede que la ardilla, el tlacuache, la liebre o el zorrillo no te suenen como alimentos que encontrarías en cualquier menú, pero son animales nada raros para los habitantes de Santiago de Anaya; éstos son sólo algunos ejemplos de los alimentos que tuvimos la oportunidad de conocer y probar en nuestra visita a este municipio.
Otros de los ingredientes poco convencionales que probamos son víbora, paloma, zorra y armadillo (éstos dos últimos de contrabando, debido a que está prohibido su consumo) y xincoyotes (un tipo de lagartija), insectos como los chinicuiles (gusanos de maguey), escamoles (hueva de hormiga), xa’ues (insectos del mezquite) y caracoles, así como flores como las de maguey, palma y sábila.
Los xa’ues son tal vez los más raros, ya que se trata de unos insectos negros, grandes y que pareciera fueran decorados uno por uno con un pincel y pintura naranja. Estos son preparados tirándolos vivos directamente en el comal y después puestos en un taco o en una gordita, tienen un sabor similar al de los chapulines.
En cuanto a los animales, la mayoría son preparados en mixiote o en ximbó (envueltos en penca de maguey y cocida en horno de tierra), acompañados con un adobo, nopales y flores de maguey, palma o sábila. Con esta preparación los xincoyotes son los que tienen un sabor muy rico y peculiar, no similar a ningún otro alimento, siendo un poco complicado comerlas debido a su tamaño pequeño.
Unos de los platillos más difíciles de comer son el tlacuache, la zorra y el zorrillo porque regularmente se hornean enteros y no estamos acostumbrados a ver este tipo de animales en nuestros platos, como nos sería común ver un borrego, un pollo o un cerdo enteros o descuartizados en cualquier mercado. A decir verdad no es muy agradable ver la cara del pobre tlacuache chamuscado, pero dejando de lado prejuicios, ninguno de estos tiene mal sabor sino todo lo contrario, son bastante ricos acompañados con un buen adobo y nopalitos. Eso sí, su precio es bastante elevado; un zorrillo llega a costar unos $ 600.00
Contrario a lo que se podría pensar, algunos de estos raros alimentos, no sólo sirven para hacer platillos salados, también se pueden elaborar postres. Ejemplos de esto son, agua de escamoles con chilacayote (que tiene un muy buen sabor) y flores de maguey en almíbar o atole de mezquite.
Así que para probar platillos innovadores, excéntricos y ricos no es necesario acudir a grandes y caros restaurantes, basta con visitar cualquier región de México para conocer mucho más de su amplia Gastronomía.

Santiago de Anaya



Por Adriana Medina

Santiago de Anaya es un municipio pequeño y pintoresco rodeado por el Valle del Mezquital. En la cabecera municipal hay una iglesia que es el elemento arquitectónico más sobresaliente del municipio. Frente a ésta se ubica la plaza principal que se utiliza como cancha de basquetball o lugar de esparcimiento en eventos importantes. A un costado se sitúa la presidencia municipal, la biblioteca y el museo. Entre la presidencia y la plaza se localiza un pequeño kiosco rodeado de árboles, flores y tres monumentos que hacen homenaje a Don Miguel Hidalgo y Costilla, Benito Juárez y Emilio Hernández, personaje destacado del pueblo por luchar con las fuerzas villistas.

Las calles principales son cuatro y desembocan en el centro del pueblo. Las calles secundarias aún son de terracería y algunas de ellas no tienen nombre; a lo largo de éstas hay centros de abastecimiento como una recaudería, pastelería, tortillería, carnicería, pollería, tiendas de regalos y productos de la región: ayates, guajes y utensilios de madera y barro.

El pueblo es muy tranquilo, resulta raro encontrar personas fuera de casa debido a que sus actividades las realizan en su domicilio y algunos de ellos trabajan en municipios cercanos como Actopan e Ixmiquilpan; sin embargo, cuando se tiene la oportunidad de establecer un diálogo con los lugareños, es sorprendente la calidez y amabilidad con la que reciben a los visitantes interesados en conocer la tierra que los vio nacer y su entorno social.

Respecto a la diversidad biológica, hay una gran gama de insectos, animales silvestres y domésticos. De igual forma hay muchos tipos de cactus, magueyes y árboles de mezquite, entre otras plantas que dan vida y color al paisaje de Santiago de Anaya. El clima es semidesértico lo que quiere decir que la temperatura es variada, con fríos extremos por las noches y en las tardes el calor es tan intenso y seco que aletarga.

El pueblo se ubica entre Actopan e Ixmiquilpan, a dos horas de la Ciudad de México, tomando la carretera México-Pachuca.

Ardilla con nopales



A continuación les presentamos una de las tantas recetas que probamos en la XXIX Feria Gastronómica de Santiago de Anaya. Es fácil de preparar y los ingredientes se pueden encontrar fácilmente en el mercado de San Juan. Ojalá que la disfrutes y prepares para sorprender a tus invitados con una opción diferente.
Ingredientes:
• Ardilla
• Cebolla
• Chile
• Ajo
• Orégano
• Nopales
• Sal
• Chile guajillo
• Pimienta
• Penca de maguey

Procedimiento:

1. Se caza la ardilla, se chamusca y se lava, para quitarle el pelo.
2. Después se mete al refrigerador.
3. Para cocinarla se agrega cebolla, chile, ajo, orégano, nopalitos y sal.
4. El adobo se hace con chile guajillo molido con cebolla, ajo, comino y pimienta.
5. Todo se mete en la penca de maguey en un horno dos o tres horas mínimo.



“…muchos con gran temor al probar distintas especies fueron presa de lo exótico, de lo tentador y diferente”




Por Cyndi Jiménez




Por la mañana del 3 de abril nos encontrábamos rumbo a Santiago de Anaya esperando un gran acontecimiento para el pueblo: la XXIX Feria Gastronómica donde las comunidades aledañas se dan cita para presentar platillos innovadores y mostrar parte de las costumbres, hábitos y tradiciones que los identifican.
El día era prometedor, anunciaba que iba hacer mucho calor. Al llegar observé que aquel municipio solitario que días antes había visitado, estaba vivo. Era diferente, es así que me topé con una gran carpa formada por lonas entre las calles principales, mesas, puestos de tubos colocados en lugares designados y mucha gente que no habíamos visto antes. Poco a poco llenándose de colores, en la plaza principal se encontraba un escenario adaptado con magueyes y cactus sostenidos por grava de tezontle. Todo estaba listo para el día siguiente donde sucedería la muestra de platillos exóticos.
En las orillas del pueblo se encontraban muchos coches, camionetas y tráileres que estaban estacionados cual si apartaran el lugar para observarlo todo desde sus asientos. Advertía que la gente que había visto antes era tan sólo una parte de lo que se esperaba, mientras tanto los encargados del comité revisaban los últimos detalles.
Al día siguiente 4 de abril, más de 1000 participantes caminaron para llegar al punto de partida, de aquí diez serían seleccionados ganadores, siendo así los mejores platillos de la muestra. Mientras esto pasaba llegaban visitantes que con gran asombro consumían los platillos ofrecidos, basados en la fauna del municipio, muchos con gran temor al probar distintas especies fueron presa de lo exótico, de lo tentador y diferente.
En el escenario se encontraban figuras públicas como el Presidente Municipal, Chefs de prestigio como Patricia Quintana, fundadores del pueblo, jueces y presentadores que amenizaban con música variada. Las artesanías que ocupaban un espacio detrás de la muestra gastronómica se acumulaban de gente maravillada por las hermosas cosas que se pueden hacer con el ixtle, el xoconostle y la miel: productos originales, naturales e innovadores.
Por otra parte encontrábamos puestos que vendían curados, un tamal muy grande llamado zacatamal, barbacoa, pieles de animales, quesos, algunos postres, ambulantes con frutos secos y un sin fin de comida que hacía preguntarte sobre su sabor. El día estaba por terminar, se anunciaban los bailes típicos y por la noche un gran baile para festejar; sintiéndose fresca la tarde se dio fin al primer día.
El 5 de abril los postres fueron presentados, entre ellos se encontraban tunas, xoconostles, piñones y piloncillos, y los curados prometían ser un deleite. Sin embargo se había notado una disminución de personas lo que permitía escuchar música cantada en hñähñu (lengua de los otomíes), los puestos de artesanías estaban más llenos y sin menor cambio seguían los puestos de comida que un día anterior estaban ahí. El día se agotaba, las horas eran pocas, el cansancio y ajetreo estaban presentes y el final de la Feria había llegado para nosotros.
Esta gran aventura, sobre la comida que puedes encontrar en lugares pequeños, es la enseñanza de que no hay pueblo chico para un corazón tan grande como lo es Santiago de Anaya.






Por Kamila Guzmán

Más de 1,200 platillos entre tlacuache, ardilla, conejo y escamoles que se presentan estrictamente en plato de barro y con cuchara de madera, son parte de la Feria Gastronómica de Valle del Mezquital presentada en Santiago de Anaya conmemorando sus 29 años el 4 y 5 de abril.
Mientras esperábamos una plática con el presidente municipal, tuvimos una afortunada coincidencia con un personaje de la cocina regional. No se trata del afamado Chef, ni del gran estudioso de la gastronomía, sino del señor Carmelo Ángeles Moreno, amante de su herencia cultural y responsable de la muestra gastronómica de Santiago de Anaya.
La petición de Isaura García (Maestra de investigación de campo) para comenzar el trabajo, se unió con la piel morena, cabello cano y mirada contemplativa del afamado señor, lo que nos dio confianza para dar nuestros primeros pasos como investigadores:
Comalote: Díganos señor ¿qué vamos a encontrar en la Feria Gastronómica?
Sr. Carmelo: Ustedes no van a ver arroz, espagueti o carnes asadas; van a ver aquí pura comida que nuestros antepasados comían; mi idea fue rescatar todo eso, que no se perdiera esa cultura de la comida de nuestros antepasados. Esa fue la intención.
Todos formábamos una media luna alrededor de él, que sólo buscaba nuestras miradas para tratar de atinar a la respuesta de nuestras preguntas, mientras sus manos descansaban sobre su panza como guardando un tesoro.
Comalote: Bien, señor Carmelo ¿cómo comenzó la feria?
Sr. Carmelo: Pues empezamos a hacer esta muestra en una faena del centro de desarrollo aquí en Santiago de Anaya, yo era el coordinador, entonces la gente venia traía sus comiditas, a la hora de la comida yo veía que ponían tras-tras-tras ¡ah qué rico!, entonces la gente me invitaba, y en una de esas ocasiones les dije; oye por qué no hacemos un concurso. ¡No, la gente no quería! les daba pena, entonces nos costó mucho.
Por fin empezamos con seis platillos flores de garambullo con frijol quebrado, conejo silvestre en mole de olla, flores de garambullo en torta capeada con huevo, flores de golumbo y los famosos escamoles. Actualmente hemos llegado hasta 1,200 –platillos -, hay años que baja, dependiendo la administración de la presidencia, porque hay algunos presidentes que le echan muchas ganas y hay otros que no.
Comalote: ¿Cuáles son los ingredientes base en sus platillos?
Sr. Carmelo: Pues los escamoles (el caviar de los hñähñüs), la flor de garambullo, esa es la reina, la flor del golumbo, que es la flor del maguey y el xoconostle. La salsa de xoconostle va, si te sirven un taquito de barbacoa, le echas esa salsita y ¡ah qué rico sabe! , luego la salsa de nuez cimarrona, que es una nuez dura que se da allá en el cerro o la salsa de escamoles.
No todos nos recuperamos del shock de la deliciosa sugerencia que nos hizo, cuando alguien, aún con la saliva en la boca, soltó una pregunta más.
Comalote: ¿Cuáles son los requisitos para participar en el concurso?
Sr. Carmelo: La gente debe de traer su comida en olla o cazuela de barro, con cuchara de madera, servilletas bordadas de cualquier color, con sus tortillas guardadas en alguna petaquita, vestida con su traje, el que usamos aquí en el Valle, además bien bañadito y todo eso.
La imagen que se nos formó de la Feria nos ha cautivado por completo, lástima que el barro y madera que adornan los deliciosos platillos sean justo lo que nos prohíbe usar en las cocinas el incuestionable Distintivo H para garantizar el manejo higiénico de los alimentos y mejorar la imagen de México a nivel mundial, es una pena..