jueves, 4 de junio de 2009

Tepito en Mazarik




Por Gerardo Ahorta

Recuerdo con exactitud el viernes 24 de abril. Desperté tarde para mi clase de investigación, desayune con prisa para llegar en horas respetables, recogí mis cosas para salir de casa cuando una luz parpadeante que emanaba de mi móvil me hizo detener. Un mensaje de texto esperaba ser leído: “no hay clases por disposición oficial”, frase que estaría presente durante varios días. Paré en seco, ya no había prisa; regresé a mi cama a encontrar el sueño perdido, no me importó el motivo.

Después de un apetecible sueño, recobré fuerzas para desplazarme a mi empleo en Mazarik 111 en la colonia Polanco, el calor era insoportable a las dos de la tarde. Llegué a la plaza pero algo no era normal. Los gerentes de los restaurantes se encontraban reunidos, como señoras que suben a tender la ropa a la azotea, se encontraban nerviosos por una incertidumbre. No entendía que pasaba hasta que un compañero me informó del tema que al día de hoy es de dominio público: nos había atacado una rara enfermedad y dentro de las disposiciones se prohibía la aglomeración de las personas, punto importantísimo para el negocio donde debía laborar.

Alrededor de las 18:00 horas se presentó a la tienda Miguel Pérez, un representante de salubridad invitándonos a cerrar el establecimiento por motivos de salud pública, dado que la gente no debía de tener opciones para aglomerarse. Accedimos de buen modo, con eso de que hay operativos constantes en la delegación Miguel Hidalgo y clausuran negocios por razones ínfimas, se aceptó la cordial invitación.

Al día siguiente parecía que todo volvía a la normalidad. La gente convivía con naturalidad, se escuchaban los gritos de “joven” y los gritos de niños que querían un helado con chispas, cuando nuestro vecino, el bar Celtics cerraba apresurado a las 17:00 horas, demasiado temprano para un bar. Ni tardo ni perezoso, fui a enterarme de la razón: “que viene salubridad y que anda clausurando al local que esté abierto, ya me dieron el pitazo” me comunicó el responsable en turno.

Giré mi cabeza y observé al personal del CPK, un restaurante de pizzas invitar la cuenta a sus clientes y recogiendo sus sombrillas y mesas. La imagen que vino a mi mente fue la de los ambulantes levantando sus puestos, de mercancía china envueltos en sábanas plásticas azules, corriendo para esconderse en las tiendas establecidas, por que venia la “julia” y les quitaría sus pertenencias.

Entre gritos, sonidos de mesas y sillas arrastrándose, la plaza en cinco minutos estuvo limpia, como si no hubiera sido el campo de batalla, de miradas seductoras, inquisitivas o desaprobantes de lo que traes puesto, lo que te falta o te sobra, del último modelo de “Blackberry” que si es lo de hoy o no, que si no lo usas, no eres nadie, etc. Esos y otros ataques frontales cedieron.

Los días siguientes transcurrieron largos, el permiso que se tenía en todo Mazarik era el vender alimentos sólo para llevar, lo que ocasionó que las ventas cayeran en un 70%. Las puertas de entrada se veían con papeletas blancas pegadas con la misma frase: “Por disposición oficial permaneceremos cerrados” o ”Sólo para llevar”. Esto duró hasta el 7 de mayo, día oficial en que los restaurantes y cafeterías abrieron al público aunque con medidas preventivas, se nos informó que el uso de cubreboca y guantes de látex era obligatorio para todo empleado, una incómoda manera de laborar.

Esta extraña experiencia no ha terminado y el virus anda suelto confundiendo al cerdo, al mexicano y al humano, en lugar y tiempo, provocando el incierto y la desubicación, aunque en todos los casos se vendan piñas.