Por Sabina Sánchez León
Miles de kilómetros por encima del piso, atrapada en sesenta y seis centímetros de espacio, doce horas de vuelo y los únicos dos pensamientos que pasan por mi mente son: que no se caiga el avión y que la comida sea buena. Después de una larga espera y tomando juguitos o vino, el olor que llega desde la cabina de servicio indica que mi hambre esta por terminar: salen los pedidos “kosher” y los vegetarianos. ¡Al fin! la señorita se acerca con su carrito: el menú consta de dos opciones de plato fuerte (en la mayoría de los casos pollo o ternera), una ensalada o verduras cocinadas, alguna pasta y un postre. Con expectativa y curiosidad, disimuladamente observo a los lados para ver qué cosas le han dado a los demás y si mi elección ha sido correcta. Me consuelo buscando en sobrecitos y complementos algún pequeño tesoro.
Aquellos que han experimentado la increíble sensación (mezcla de excitación y ansiedad) de despegar los pies del piso y levantar vuelo, se identificarán con la esperanza de contar con una comida abundante y rica durante el trayecto. Sin duda, en esta situación el poder de una buena comida tiene la virtud de acortar horas de vuelo y aportar una experiencia agradable que resulta, incluso, en una sensación de mayor seguridad y de que llegaremos con bien a nuestro destino; por el contrario, una mala comida puede hacer que el viaje a través de nubes y cielos azules se convierta en un infierno eterno.
Dando por hecho que las compañías aéreas ofrecen categorías con diferentes formas de servicio (primera clase, ejecutiva y turista) y que no todos tenemos el dinero para disfrutar de espacios más amplios y sillones más cómodos, así como para pagar horas de constante atención con caviar, langosta y champaña; muchas veces el viajero encuentra los alimentos ofrecidos en las categorías económicas como de media a mala calidad (descontando el agua que parece fundamental para combatir la deshidratación ocasionada por el aire acondicionado). No sé si esta verdadera carencia provenga desde que se planearon las primeras cocinas preparadas para servir comidas en vuelo por la compañía aérea United Airlines en o es que sea el resultado de la reducción de costos.
De cualquier forma, pareciera que todo depende de tu suerte y porqué no, también de la buena voluntad de la Aerolínea y sus aeromozas por brindarte un buen servicio, así como de las compañías gastronómicas contratadas que muchas veces hacen gala de poca imaginación, combinada con estrategias para economizar recursos. Esto se hace visible en viajes nacionales (en su mayoría cortos) donde lo único que se brinda son unos cacahuates o almendras tostadas; y si hay suerte un pequeño sándwich y un caramelo, ¡ah! y para que no se atoren en la garganta: un vasito de agua, jugo o refresco ¡Que considerados!
En las ligas o viajes mayores, sobretodo en los trasatlánticos, la cosa cambia. Por lo general, el menú ofrecido también depende del destino, quizá como una forma de familiarizar al viajero con el país que visita. Cada aerolínea tiene su concepto, por ejemplo KLM, en sus vuelos a Ámsterdam, presta una especial atención al diseño y detalle de los empaques e instrumentos para la comida, presentada de manera tan estética que los ojos te llenan y deleitan con la pura vista. Casos como este nos muestran que es sí posible ofrecer en todo vuelo una alternativa alimentaria agradable. Aún con pocos recursos la Gastronomía es tan amplia que permite ofrecer comidas con imaginación, placenteras y nutritivas para hacer de todo viaje aéreo un paseo por las nubes.