Por Tania Jardón
Hace casi tres años que conocí a mi amiga Analía. Nunca olvidaré una de nuestras primeras conversaciones que se suscitaron cuando comprábamos chocolates en una dulcería.
“Ni soy anoréxica, ni soy bulímica. Simplemente no quiero engordar.
Comencé suprimiendo ciertas comidas; dejé de cenar y de hacer mis tentempiés. Si tenía hambre, bebía agua fría y si eso no funcionaba me pinchaba el estómago con un alfiler que siempre cargaba. Aún tengo las heridas ¿quieres verlas? Bueno, tal vez después.
No te voy a mentir, la verdad es que esto es bastante difícil, requiere de voluntad. Yo no quiero ser una modelo, sonará contradictorio pero en realidad ese tipo de cuerpo es igual que la comida…sólo existe para verle. Yo lo único que deseo es no engordar.
Ser lipofóbica, se volvió mi estilo de vida, y sé que no soy la única. Creo que todos llevamos un lipofóbico dentro de nosotros, no importa que tan trabajada tengas tu autoestima, todos llegamos a decir: eso no porque me va a engordar o ¿acaso tú no lo has llegado a pensar?”
La respuesta era muy obvia. Analía no se equivocaba ¿Quién de nosotros no ha dicho esa frase de dos filos? Por un lado, encontramos en el deseo de no engordar y por otro, el ideal de mantener la salud en óptimo estado, aunque llevado a los extremos, desemboca en los ya famosos trastornos alimenticios de anorexia y bulimia.
Mantener un peso bajo para conseguir los bellos cuerpos que presenta la publicidad, es una tarea que provoca una muerte dolorosa y prematura causada por un paro cardiaco o una anemia perniciosa traducida en leucemia (debido a la disminución de los glóbulos rojos).
No excusaré a los medios de comunicación en fomentar las tallas cero, sin embargo, es pertinente mencionar que el origen de estas enfermedades comenzó gracias a las compañías de seguros. A principios del siglo XIX, en Estados Unidos comenzaban a surgir estas instituciones, siendo la New York Life que en 1890 realizó un estudio de los indicadores de riesgo de salud que podían representar una mayor pérdida económica para la empresa. La atención de las aseguradoras se centró en las regordetas figuras y para 1923 se comenzó a difundir la idea de peso ideal.
Hasta los años cincuenta el estudio fue válido como recomendación médica, pero con la llegada de la esquelética modelo sesentera Twiggy todo cambió. Su figura era única, el mundo no había visto a alguien como ella y así el prototipo de la dama rolliza que significó durante siglos fertilidad y riqueza, terminaba para dar paso a la delgada mujer que estereotipa la belleza e inteligencia de la época contemporánea.
Las líneas que dividen a la lipofobia de la anorexia y bulimia son muy estrechas. Es fácil comenzar por algo tan simple como el pánico a engordar y terminar en un centro de rehabilitación como lo hizo Analía. Ella misma me lo dijo el día que tuvo su primera sesión: la voluntad se volvió obsesión y después, ya no supe lo que pasó. ™—