Por Clara Hernández Hernández
Entre preciosas alhajas, vidrios blindados, alarmas y guardianes se encuentra una joya del siglo XVIII, pequeña y exquisita. El lugar perfecto para olvidarse de que existe una ciudad caótica, llena de ruidos y estrés. Es una construcción que perteneció a unos condes de la época, por lo cual lleva el actual nombre de Palacio de los condes de Miravalle y se localiza en la calle de Isabel la Católica número 30.
A pesar de pertenecer a la guía turística del centro histórico pocos saben de su existencia lo cual la hace un espacio tranquilo, armonioso y que te remonta hacia una época de carruajes y largos vestidos, donde el tiempo pasa lentamente y tan ameno que te invita a tomar una deliciosa taza de café, y que mejor lugar que una antigua casona donde puedes relajarte y dejar que la tarde se esfume como el sutil humo de un cigarro.
El lugar consta de dos partes, la primera se encuentra en la entrada y es una pequeña cafetería a manera de jardín donde puedes consumir paninis, baguettes, sándwiches, cafés, tes y postres, todo a un módico precio que seguramente no rebasará de los cien pesos por persona. La segunda, comienza a partir de las escaleras que te llevarán poco apoco a la parte superior, donde podrás disfrutar del silencio que la vivienda proporciona.
Es recomendable que primero visites la segunda parte, recorriéndola lentamente y respirando profundo para que comiences a imaginar una historia íntima y sensual acompañada de los diversos olores del edificio que ayudarán a dar rienda suelta a la imaginación. Enseguida, puedes bajar a la cafetería para disfrutar del verdor de los árboles y acompañar la historia creada con un pequeño bocadillo.
No olvides visitarla en una tarde donde no tengas nada que hacer, para poder disfrutar de las pequeñas grandes cosas que el centro histórico ofrece.